Agustina Muñoz[1]
Por Marcelo Ponce
I
Dice Agustina Muñoz: “…Y durante la escritura fue apareciendo lo que a mi entender es el tema principal de la obra: el recordar. ¿Qué es un lugar en definitiva? Lo que hemos vivido allí. Lo que trajimos aquí de lo vivido allí. Así la obra fue discurriendo entre recuerdos tangenciales, mínimos y singulares de cada una de las mujeres”
II
Tres mujeres dialogan entre sí en una sala, en la que conviven. Sin embargo, sus vidas habitan dos espacios, entre los que ―por medio de los viajes de la memoria―, van y vienen: uno es el espacio del “antes” y está representado por una base científica ubicada en un lugar indefinido, en donde pasaron un tiempo, rodeadas de hielos, en Alaska; en cambio, el otro es el espacio del “ahora”, tal vez, en Buenos Aires, que la autora, desde el vamos, llama “un limbo blanco”. Así, el blanco, el color que impregna todo el paisaje en el ayer gravita ahora en el hoy tiñéndolo por efecto de los ojos y de las mentes que evocan.
Clara, Lourdes y Lisa están ya de vuelta en la ciudad. Han vivido entre los hielos y ante “la nada”. Pero han estado, en aquel lugar, en compañía de sus hombres, a los que han dejado “atrás”, en la base. Y ahora es la hora de los recuerdos, y los recuerdos surgen, se suceden, se intercalan, resbalan, se superponen, se traspolan, emergen y remergen… recobran vida efímera, ocupan su lugar.
Clara ha dejado atrás a Juan, Lourdes a un tal Abitzedek y Lisa a Jorge. Las tres están a un tiempo solas ―me refiero a sin sus hombres― pero acompañadas entre sí: entonces, por elección, se instaura una comunidad femenina de solas, una comunidad de mujeres que se miran a los ojos y se miran retrospectivamente, y que dialogan y se indagan.
Es verdad que el recordar es el principal acto escénico. Y es por eso que predomina, en el devenir del habla, la forma indirecta del discurso, la de aquello que “le dije” y “me dijo”. Pero ¿qué dice de estas mujeres este mirar hacia atrás? ¿Qué se narran estas mujeres cuando se narran?
Ocurre que las tres no se bancaban más ni el blanco ni lo blanco. Ni el blanco de los hielos ni lo blanco de los guardapolvos blancos. Pero, a sabiendas o no, al volver, volvieron a ―o se envolvieron en― “un limbo blanco”. ¿Quién entiende a estas mujeres que decidieron dejar atrás lo blanco para ir, venir o regresar ―buscando color― hacia lo blanco?
Por algún motivo, no recuerdan el calor de sus hombres sino el frío de los hielos.
III
También es posible explorar qué hay detrás de este significante blanco en Las mujeres entre los hielos. Blanco ―en inglés, target― es, en segunda acepción, el punto u objeto a que se dirige un tiro, una flecha u otra cosa que se lanza. Y las mujeres al casarse, se casan ―sean vírgenes o no― de blanco.
Las tres mujeres dejaron atrás no solamente el blanco de los hielos sino lo que alguna vez pudo haber sido un blanco de sus vidas: el amor (y la unión) conyugal.
En Alaska, eran mujeres (“entre los hielos”) con hombres en una comunidad de mujeres y hombres Pero ahora, a la vuelta, se encuentran con que son, en cambio, mujeres sin hombres en una comunidad de mujeres desprovistas de hombres. Que se interrogan. Y hasta podemos agregar más: el espacio del “antes”, al parecer, era también el espacio del compartir sexual, y el del “ahora” es un espacio que empieza a tomar forma después de partir.
IV
Los seres humanos solemos desear lo que no tenemos y también añorar lo que ya hemos dejado de tener. Esto es lo que les pasa, de alguna manera, a Clara, a Lourdes y a Lisa. Por ejemplo, en Alaska, soñaban “con llamar al jardinero para que les corte el césped”. Y a la vuelta, anhelan tener a mano “un pedacito de aquel hielo para ponerle un nombre”.
V
Las tres mujeres parecen estar en un estado liminal, a mitad de camino entre algo que ya parece que terminó y algo que todavía, por lo menos, está por empezar. Entonces, mientras, rememoran.
La obra no muestra en escena personajes masculinos. Para decir lo que quiere decir, la autora prescinde de sus voces. Alguien puede argüir que esto es una carencia o una exclusión. Pero el foco de interés es mostrar a mujeres que pasaron por una vivencia cercana en común y que conversan sobre sus recuerdos. Los hombres ―su presencia― se da apenas como tópico en el intercambio de pareceres de la mirada femenina. Los hechos son hechos ya ocurridos, narrados, evocados, sucedidos fuera de escena. Aquí también la narración de los acontecimientos (diégesis) predomina por sobre la acción escénica (mimesis).
VI
Este estado liminal parece ser ―parece tener― una atmósfera, un aire post-feminista. Presuponemos que las mujeres de la obra han ido a Alaska siguiendo a sus hombres por voluntad propia. Nadie las ha arrastrado. Se infiere que han hecho la prueba de convivir en un lugar lejano y excéntrico, y de que han intentado adaptarse. Pero llegado el momento, se dan cuenta que aquel no es su lugar de pertenencia. Entonces, deciden, también por propia voluntad ―cada una por su lado―, en ejercicio de su autonomía como sujetos, dar por terminada la relación que tenían con sus parejas, e incluso contra (o a pesar de) la voluntad de ellos, optan por volver.
Han ejercido plenamente su derecho de permanecer al lado de quien quieren el tiempo que quieren y también el de separase y seguir su rumbo cuando lo han querido. No hubo ni opresión patriarcal, ni mandatos de género ni moldes predeterminados o restrictivos conceptos normativos a los que deshacer o resistirse. Simplemente, las cosas se volvieron tediosas y terminaron; ellas desearon irse y ―en plena posesión de sí mismas― se fueron.
Pero en el ahora, en la hora del después y de la reflexión, aparece un raro e incómodo vacío, una cierta carencia de propósito, un dejo de duda. Es que las mujeres en Las mujeres entre los hielos lucen como si se hubieran librado ―ya hace mucho― no solamente de la opresión de los hombres sino también, como si se hubieran librado, además ―tal vez sin quererlo― del estar con los hombres.
© Marcelo F. Ponce, Córdoba, Argentina, 20
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